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La mandataria recibe la banda presidencial de la nonagenaria líder izquierdista Ifigenia Martínez y ofrece en el Congreso un discurso programático en una jornada con lectura en clave feminista
México vive este martes un día histórico sin que el adjetivo resulte exagerado. La banda presidencial se ha colocado sobre un vestido marfil con bordados, el de Claudia Sheinbaum Pardo, la primera mujer que alcanza la máxima dignidad del país tras 200 años de República y después de que 65 hombres, generales y civiles, la precedieran.
Más de 35 millones de mexicanos celebran que la persona a quien votaron el 2 de junio toma el bastón de mando para empezar a gobernar. Pero no es un cambio de sexenio cualquiera. La economía, la seguridad, la salud y la educación han quedado relegadas para ofrecer una sola lectura de este primero de octubre en clave feminista. Siete décadas ya desde que las mexicanas consiguieron el derecho a votar y ser votadas, hoy el adjetivo histórico está en boca de todos. Los tres poderes, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, han estado encabezados por mujeres. “No solo puede ser diferente, tiene que ser mejor, de otro modo no tendría sentido la lucha de tantas mujeres”, ha dicho María Guadalupe Murguía Gutiérrez, jefa de la bancada del PAN, el principal partido de la oposición. Los propios no cabían en sí de gozo.
Una comisión de mujeres ha esperado en la escalinata del Congreso a la presidenta, de 62 años, y en esta ocasión no había en el hemiciclo prácticamente un solo bedel que no fuera mujer. Los gritos de “¡Presidenta, presidenta!” han interrumpido su discurso en varias ocasiones. Sheinbaum ha tenido su clásico homenaje a las mujeres anónimas “que lucharon por sus sueños y lo lograron, y a las que no lo lograron, a las que han tenido que callar y gritar a solas, a las indígenas, las trabajadoras del hogar que salen de sus pueblos para apoyarnos a todas, a las bisabuelas que no aprendieron a leer y a escribir porque eso no era cosa de niñas, a las madres que primero nos dieron la vida y luego todo lo demás, las hermanas, las tías, las hijas hermosas. No llego sola, llegamos todas. Hoy llegan todas ellas, que nos pensaron libres y felices”. Y concluyó: “Soy madre, abuela, científica y mujer de fe, y a partir de hoy, por voluntad del pueblo, la presidenta constitucional de los Estados Unidos mexicanos. No les voy a defraudar”.
El día ha estado cargado de símbolos y la presencia femenina en los rituales oficiales y tradicionales ha sido mayoritaria: uno de los grandes iconos de la izquierda mexicana, luchadora por las libertades y derechos feministas, la nonagenaria Ifigenia Martínez, hoy presidenta del Congreso, ha sido la encargada de entregar la banda con la bandera tricolor a Sheinbaum, un traspaso entre mujeres también pionero.
La presidenta ha tenido un discurso más político que institucional, muy de partido, programático, que ha comenzado alabando la tarea de su antecesor, “el mejor presidente” de la historia contemporánea, a quien ha comparado con el general Lázaro Cárdenas, uno de los grandes mitos del país, casi sin distinción de ideologías. Sheinbaum ha tenido sus primeras palabras para los pueblos originarios, la grandeza de las civilizaciones existentes “antes de que invadieran los españoles”. Después ha repasado el programa de gobierno, desde el precio de la gasolina, el salario mínimo o la canasta básica, educación, salud, punto por punto, un discurso calcado del que ya han escuchado muchas veces los mexicanos, tanto en campaña electoral como una vez que fue presidenta electa.
Sheinbaum llega al poder con un partido de izquierdas, Morena, que fundó su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, con quien acaba de completar una transición tranquila que promete continuidad con algunos cambios. Licenciada en Física y doctora en Ingeniería Ambiental, formó parte del panel intergubernamental contra el cambio climático que en 2007 obtuvo el premio Nobel de la Paz.
Nieta de europeos de origen judío e hija de científicos y académicos como ella, tiene a su espalda una larga trayectoria política que comenzó en la lucha estudiantil mexicana. Con la excepción de un par de gobiernos del conservador Partido Acción Nacional (PAN), es la primera persona que llega al poder sin haber tenido nunca relación con el PRI (Partido de la Revolución Institucional), que gobernó México durante décadas. Más bien al contrario, ha sido contra aquel partido, que hoy es casi irrelevante, contra quien dio sus primeras peleas políticas.
A la toma de posesión han asistido representantes de 105 países y 23 organizaciones internacionales y estaban invitados todas las naciones del mundo con quienes México mantiene relaciones diplomáticas, pero el incidente diplomático de 2019 con España, a raíz de la Conquista de 500 años atrás, ha excluido al rey Felipe VI, por lo que el “país hermano”, segundo socio comercial de México tras Estados Unidos, no ha tenido representación institucional alguna en el acto. Eso también es histórico. Sí estaban, y la presidenta les saludó, “algunos diputados españoles” de la izquierda, como Gerardo Pisarello “y muchos otros”.