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Un gol del ariete del Feyenoord en la recta final del partido desactivó a una valerosa Panamá que comprometió a Ochoa. México recupera el cetro regional perdido en 2021.
Santiago Giménez. Su estrella ya aguarda en el Paseo de la Fama. La suya y la de Jaime Lozano, artífices de la novena Copa de Oro, la duodécima de toda la historia si entran en la cuenta los antecedentes. Tras un partido descontrolado, surrealista y cuasi trágico, ‘El Tri’ cantó victoria, por fin. Recuperó el dominio, al menos simbólico, de la zona. El sabor de todo es dulce cuando las penurias son muchas. Quizá no sea para tanto, pero es algo. Es uno de sus amaneceres anaranjados angelinos.
Panamá no siguió el libreto de inicio: se arrimaron contra Ochoa sin esperar ningún protocolo. Una declaración de intenciones, esas cosas con las que empiezan a ganarse las finales. Un bombazo alto de Chávez activó al ‘Tri’, que jugó al tiro al blanco con Cummings y Escobar. El pisotón de Johan a Díaz desencadenó la primera aparición de Ochoa, una de rutina. Acto seguido, Díaz mismo hizo pasar a Sánchez con un muletazo; no cundió más pánico, pero sí algún desconcierto. Orbelín tomó oxígeno y citó, con un pase abierto y sobre la carrera, a Antuna con Mosquera, pero conocemos que una de las grandes habilidades del cruzazulino no es precisamente la culminación. Antuna tiene menos pólvora que un pacifista.
Mucha transpiración y alguna pizca de inspiración. Encontró un poco de ello Jorge Sánchez, cuyo embrujo ‘messianico’ ante Andrade sorprendió hasta a sí mismo. Luego, la teatralidad no convenció a Said Martínez. Que estamos en Hollywood. Tampoco gustó a Martínez la maravillosa procesión por Bervely Hills que armó la oncena de Lozano: el circuito Ochoa-Henry-Antuna-Orbelín-Romo-Henry finalizó con una estrella en el Paseo de la Fama en cemento verde. Hollywood también puede ser cruel.
La doble intervención de Andrade lo confirmó: un penalti en movimiento de Orbelín y una puntilla fallida de Henry. Que Escobar haya impreso sus botines en el tobillo de Martín resultó inexplicablemente absurdo, dada la minuciosidad del VAR. Panamá se retiró al medio tiempo tan aliviada como Leonardo Di Caprio tras el asalto del clan Manson.
Christiansen afinó los violines. Sonó más armónico el tamborito con Quintero en la guitarra y Fajardo en el tambor repicador. El caso es que Panamá cambió el signo del partido. Entonces, Edson Álvarez taló a Cummings y las alertas rojas sonaron en el cuartel de Lozano. El VAR, ese artefacto que suele alterar las realidades, rompió toda convención lógica. Cuando Martínez consignó la patada al aire de Cummings a Orbelín, cuando Pienda ya marchaba tres metros por delante, el partido perdió todo orden racional. Si los jueces convocan a huelga en Hollywood, no pasaría nada. Mejor. Después, rectificó, y Godoy quedó apercibido, pero el daño a las academias arbitrales ya estaba hecho.
Díaz y Fajardo exigieron a Ochoa como en noche mundialista, las que más le gustan. Orbelín sacó los extintores, pero ‘El Tri’ había perdido flexibilidad y potestad en el SoFi, esta nave alienígena que algo de mágica tiene. La media tijera de Díaz, que se elevó al cielo angelino, desencadenó el tufillo maldito. El que se percibió tenuemente por Las Vegas. El de Lusail, Ekaterimburgo, Sochi, Santa Clara. Bárcenas, cuando el partido ennegrecía, orilló a Ochoa a despegar en vuelo de reconocimiento. Y de emergencia.
Y entonces Giménez recogió la pelota en la bomba central, hechizó a Escobar; Cummings arribó al auxilio y ‘Santi’ también lo soportó. Una carrera endiablada, su estela de polvo sideral. Escobar y Cummings presenciaron en primera fila cómo Santi firmó con un zapateado terso contra el césped. Tocata y fuga de zurda. El gol de Giovani en 2011 ya tiene compañía en el museo de las conquistas del ‘Tri’.